Como dice el prólogo “este es un libro cocido a fuego lento, como las viejas sopas que hacían los pastores a base de pan con sebo”.

No hay más que girar a la contraportada para encontrarse flora y fauna del Pirineo, donde se ubica la historia de “l’hombre l’onset”.

Llega la época primaveral, y la nieve se derrite. Clemente, joven pastor cuida de su rebaño en la Selva de Oza, y pronto emprenderá su marcha hacia la alta montaña, donde aguardará al otoño siguiente junto a sus ovejas  y su perro.

Como muchas personas que nos rodean, Clemente tiene una imagen cálida y tranquila, pero detrás de su armazón se esconde un despiadado cazador de osos.

Un día, tras afilar su cuchillo bajo las peñas de Agüerri, sale a matar, sin motivo alguno más allá de su regocijo, a algún oso, como tantas otras veces ha hecho.

Hace falta valor para enfrentarse a un oso, más de un pastor cuenta cómo en los ojos del animal se reflejaron alguna vez sus miradas de pánico.

Pero Clemente, creyéndose muy valiente, sale un día de su escondite y ataca a un desprevenido e inocente oso… o más bien una osa, y detrás de ella un pequeño osezno.

Es en ese momento cuando el pastor siente una punzada en el corazón, y se da cuenta de que el pequeño oso jamás sobrevivirá a los peligros de la montaña sin ayuda, al menos hasta que se haga mayor.

L’hombre l’onset nos habla del sinsentido de una caza sin fundamento, del peligro que esto conlleva, y de cómo un giro inesperado en nuestras vidas puede hacernos cambiar nuestra manera de pensar y actuar.

Y que por suerte, muchas veces, lo más poderoso de todo es de una manera innata el amor.