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Los asquerosos. Menos es más.


Es imposible reseñar “Los asquerosos” sin antes hacer una pequeña referencia a su autor.

Santiago Lorenzo es una persona de las que no quedan, de las de darle valor a la sencillez de las cosas cotidianas y a los personajes y diálogos más mundanos que nos podemos encontrar.

Lo que a simple vista pueden parecer hechos y situaciones sin importancia, él es capaz de hacer magia y convertirlos en parte de sus novelas.

Santiago vive desde hace un tiempo en una pedanía de Segovia que cuenta con un gran número de habitantes: 28.

Él es feliz allí, alejado de ruidos, tecnologías modernas y privilegios. 

Esta novela es sin duda reflejo de lo que nos quiere hacer ver de forma irónica y sacándonos una sonrisa. 

Porque en el fondo, todos hemos sido o somos un poco “mochufas” alguna vez.

Hoy no me resisto a compartir con vosotrxs, puesto que el libro no tiene ilustraciones más allá de la portada, el autógrafo que me firmó Santiago el día que fui como una auténtica grupi a la presentación de su último libro.

Puede que veáis en alguna de mis fotos que el libro está un poquito “machacado”, y eso en mi casa solo puede ser signo de haber pasado de mano en mano y por ende, de ser una historia de las que merece la pena ser compartida.

La historia de “Los asquerosos” parte de un encuentro desafortunado entre Manuel y un policía antidisturbios. 


El protagonista sale alegremente de su casa cuando topa con una manifestación. El susodicho policia, confuso, cree que es un manifestante más y lo hincha a porrazos, así que a Manuel no le queda otra que usar el arma de defensa que encuentra más a mano: su amuleto de la suerte, que casualmente es un destornillador.

Al dejar al policia malherido (y con una cámara de videovigilancia apuntándolo) decide huír de la escena del crimen y pide ayuda a su tío, único miembro de la familia con el que mantiene relación.

Juntos llegarán a la conclusión de que lo más seguro para todos será que se refugie en un pueblo abandonado al que nadie irá a buscarlo: “Zarzahuriel”.

Y allí se planta, con un móvil no registrado y una compra a domicilio de básicos para el día a día del supermercado.

Tras su instalación en el pueblo empiezan a surgir necesidades como luz y fuego, y Manuel, poco a poco se las va apañando al tiempo que se da cuenta de que incluso con las pocas pertenencias que allí posee, todavía puede deshacerse de algunas. 

“La carencia era su gran, saciante patrimonio. Se estaba instalando en una austeridad fiera en la que chapoteaba cada vez con mayor deleite, como quien se da a la gimnasia extrema y goza con la queja muscular, la falta de aliento y el dolor de plantas. Su apetito por la sobriedad empezaba a ser gula, y su amor por la pobreza empezaba a ser lujuria.”


Le coge gustillo a la anarquía de la situación, apreciando el valor que tiene la vida de campo y su austeridad, y también el no tener jefes que le exploten ni en definitiva, nadie que controle sus movimientos en su pacífica soledad.


Toda esta paz se trunca cuando la casa de al lado es alquilada por una familia que vienen a pasar unos días a la vida rural.

Manuel deberá esconderse para que no lo vean, y aguantar al mismo tiempo los comentarios de esos indeseables y asquerosos ciudadanos que a pesar de querer aparentar que adoran la naturaleza no la aguantan, y más que disfrutar de la vida del campo parecen no soportar más allá del paisaje. Él los llamará “mochufas”.

“A este conglomerado humano global y uniforme, Manuel pronto empezó a llamarlo La Mochufa… Llevaban la marca de la ropa tan a la vista que Manuel podía leer las letras desde el sobrado. Había varios que tenían que sujetarse las barrigas a pulso con las manos, y vestían camisetas de gimnasios. Una que no salía sin las joyas llevaba en la camisa el circulito de los hipies. Otro muy asnal se presentaba con la leyenda Oxford University, desprestigiando a un claustro que no le habría admitido en la casa sabia ni como cadáver donado.”

A partir de este momento Santiago Lorenzo nos presenta el contraste entre los personajes, y nos hace valorar nuestras pertenencias y lujos. Pero además nos hace reconocernos a veces en el papel de “mochufa”, pues en nuestra vida acomodada exigimos por demás sin darnos cuenta.

Los asquerosos es una oda a la vida sencilla y al consumo consciente, una crítica a la sociedad y una forma de hacernos plantearnos a nosotros mismos si sabemos realmente darle el valor y la importancia que merece a lo que nos rodea.

“Todos somos candidatos a asquerosos. Pero puesto Manuel de espaldas a todo, de culo ante el mundo entero, no sería ilegítimo considerar que el verdadero asqueroso puro de toda esta feria fuera él. A muchos hombres y mujeres, el Manuel del exilio cerrado y ciego les resultaría un asocial, un indeseable. No un asqueroso más, sino el que más.”

Si no lo has leído todavía, deberías hacerlo. No esperes un ritmo vertiginoso, esto no es una película de acción. Cada momento y descripción son necesarias para hacer de esta novela una obra maestra.